Entender el problema

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No se trata solamente de cuántas personas tienen acceso a internet, sino si ese acceso es seguro y significativo para todos nosotros.

Una pregunta fundamental para la salud de internet persiste: ¿cómo creamos un mundo digital realmente inclusivo? La propia industria de la tecnología trata de resolver este desafío y su responsabilidad ––cada vez más en entornos públicos. Muchas empresas de tecnología han enfrentado publicitadas acusaciones de que sus servicios facilitan discriminación y trazado de perfiles perjudiciales. En este último año, hemos visto una ola de protestas encabezadas por trabajadores de gigantes de la tecnología, muchas de las cuales pedían a las empresas a cancelar contratos que algunos trabajadores consideran no éticos. El personal de Amazon y expertos en inteligencia artificial pidieron a la empresa que dejara de vender software de reconocimiento facial sesgado y defectuoso a las autoridades. Una carta firmada por más de cien trabajadores de Microsoft exigía a la empresa que “tomara una postura ética” y cancelara su contrato con Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos. Hasta ahora, estos pedidos no se han cumplido.

Es difícil imaginar un mundo digital realmente inclusivo cuando las empresas que elaboran tanta infraestructura tienen malos antecedentes de ser inclusivas. Ha habido algunos avances: cuando más de 20 000 trabajadores de Google marcharon por el mal manejo de casos de mala conducta sexual de la empresa, Google, y también por Facebook, eBay y Airbnb cumplieron algunas demandas. De todas maneras, las empresas no hicieron todos los cambios que los manifestantes querían y queda mucho más por hacer para que el sector de tecnología sea un espacio seguro y acogedor.

Mientras el enfoque general tiende a centrarse en Silicon Valley, muchos perjuicios graves ocurren en otros lugares en todo el mundo. Trabajadores de fábricas en China, Malasia, Brasil y otros países elaboran teléfonos celulares, relojes inteligentes y hardware en condiciones extenuantes y a menudo peligrosas, a cambio de pagos ínfimos. Las grandes plataformas como Facebook y Twitter subcontratan para la moderación de contenido a trabajadores con baja remuneración, muchos de los cuales presetan síntomas de trauma después de ver miles de imágenes perturbadoras y violentas todos los días.

Que los trabajadores de tecnología se organicen y pidan inclusión dentro de sus empresas es una novedad positiva para la salud de internet. Pero no se compara con las amplias amenazas a la inclusión digital. Los maltratadores en línea amenazan e intimidan en un intento de acallar las voces, sobre todo de mujeres, personas no binarias y de color. Casi dos tercios de las mujeres periodistas dicen haber sufrido acoso en línea. Se siguen buscando mejores soluciones para resolver el discurso de odio.

Pero también hay buenas noticias: códigos de conducta, que personas subrepresentadas en fuente abierta consideran desde hace tiempo herramientas fundamentales de empoderamiento, se están integrando cada vez más a proyectos de fuente abierta. En apenas cinco años, miles de proyectos de fuente abierta han adoptado un particular Código de Conducta, llamado The Contributor Covenant.

El acceso también es un desafío fundamental para la inclusión. Está bien que celebremos que más de la mitad del mundo ya esté en línea. Pero la brecha de conectividad entre los países más ricos y los más pobres no ha mejorado en la última década. La internet más lenta del mundo es también la más costosa y todavía hay muchas menos mujeres en línea que hombres.

Está claro que no se logrará igualdad por accidente. Si queremos crear un mundo digital que sea acogedor para todas las personas del mundo, aún nos queda mucho por hacer.

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