No se necesita permiso para desarrollar nuevas tecnologías para la web. La apertura de internet permite una constante innovación y colaboración a través de las fronteras. Se extiende desde la arquitectura de la red y el software subyacente hasta cómo publicamos contenido en línea.
Esa apertura es un concepto radical, y está constantemente en riesgo.
Los Gobiernos bloquean aplicaciones móviles o cierran internet a su voluntad, los grupos de medios ejercen presión para expandir la propiedad intelectual a nivel mundial, y las corporaciones buscan rodear y controlar todo lo que puedan: correo electrónico, mensajería. medios sociales, tecnología de voz, realidad virtual, aprendizaje automático, y más –para sofocar la competencia y obstaculizar la innovación.
Aun así, la apertura de internet ha demostrado ser resiliente. Impulsa cambios positivos en la gobernabilidad y la responsabilidad cívica.
En 2017, se refinó el debate sobre la internet abierta, cuando debimos hacer frente al discurso de odio, el acoso en línea y la información errónea en todo el mundo, y el discurso político divisorio fue usado exitosamente en los medios sociales en numerosos países.
La gente pregunta: ¿podemos tener una internet que sea abierta e inclusiva?
En Estados Unidos, el dilema llegó a los titulares en agosto cuando algunas empresas, incluidas Google, GoDaddy y Cloudflare, dieron por terminados sus servicios al sitio web neonazi The Daily Stormer, luego de una manifestación nacionalista blanca en Charlottesville, Virginia. Sus acciones dejaron brevemente fuera de internet al sitio.
Alemania generó polémica con una controvertida “ley de discurso de odio” que estableció alta multas para las empresas de medios sociales si no retiraban contenido ilegal rápidamente. Países como Rusia, Kenia, Venezuela y Filipinas han tomado como modelo la legislación alemana.
Incidentes como este señalan una creciente tensión entre la necesidad de impedir el odio en línea, y los riesgos de hacer que las empresas de internet sean los árbitros de la libre expresión.
La pregunta urgente que nos surge como tecnólogos, actores políticos y ciudadanos es la siguiente: ¿cómo podemos preservar la naturaleza abierta de internet, y al mismo tiempo construir un mundo digital que sea inclusivo y acogedor para todos?